jueves, 9 de febrero de 2017

Sus últimos días






Tenía ese hálito metálico
los últimos días del miedo
Él no era un hombre cualquiera
sino un corazón avivando el incendio
en el pozo agrio del alma sin hombre
buscando la salida más improbable
del laberinto de carne que
se devora a sí misma en
ese nunca encontrarse
Porque todas las tumbas tenían su nombre
en aquél infierno de tristes campanarios
que anunciaban su siniestro viaje inexorable
Y Dios no tendía su mano
porque Dios no estaba en su frágil cabeza
No estaba en sus ojos aún abiertos
ni en su soledad más estremecedora
Soledad en aquél patio de estrellas errantes
y aullidos de perros
No se lo llevó la muerte
ni Dios
ni otros demonios abyectos
Se lo llevó la historia a su cementerio
A su biblioteca sin dolor ni remordimiento
para darle su alma atormentada
a los pájaros de tinta de los inviernos
para llevarle a las palabras que no conocen
la sangre ni el sufrimiento
Porque Antonio era la lluvia apasionada
que anidaba en el centro de los hombres
De esos hombres que aún creen en los hombres
que cambian para ser mejores hombres
Una bandera roja y lejana ondeaba en el horizonte
Era una garza en la mañana alzando el vuelo
Cuando la niebla silenciosa se desvanecía en sus alas
Poco después del último aliento




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