sábado, 28 de noviembre de 2015

Mi verso es la serpiente





Mi verso es la serpiente en su cintura
Que se cuela entre su prosa ardidamente
Que endurece su lengua en la ternura
Reptando al húmedo sur de su vientre

Serpiente que diluye su mirada
Que despierta en la dulzura lo indecente
Que penetra en su lujuria enamorada 
Corola carnosa fluyendo un río caliente




Mira lo que sembramos...





Mira lo que tú y yo sembramos…
Un corazón abatido entre cenizas

Mira lo que recogemos…
Pedazos de abrazos inmensos
que dejamos a la orilla de los sueños

Y besos ardiendo
sobre fósiles tierras de deseo
en que germinan sin memoria,
interminables árboles negros

Es el ocaso de los enamorados
De los enamorados injustamente
De esos que ya fueron desterrados
de las páginas indiferentes del amor

Mira lo que hemos dejado entre los cimientos
Un embrión sin útero ni nombre
bajo la lluvia del olvido




domingo, 22 de noviembre de 2015

Sientes el mar





Sientes el mar cuando respira,
su caracola cercana, tan salvaje y desnuda
sobre la arena roja de tus latidos

Mi querido amigo… Se llamaba Olvido

Ella que nunca pronunció tu nombre,
y sin embargo prendía en tu corazón el frío

Esa mujer de sedas que ahora acaricias
cuando la madrugada se descarna de tu cuerpo...

Tu cuerpo en el espejo, y el suyo en el mío

Y te quedas tan solo que solo queda  soledad,
para liberarte de nuevo desde el invierno
a los lienzos del otoño con labios de acuarela
o a la remota costa de los años sumergidos y
hasta la vasta y lluviosa orilla ennegrecida
en que descansa aquél viejo dragón de arena,
tan maltrecho, vencido, malherido

Y sientes el mar cuando respira,
su caracola cercana, tan salvaje y desnuda
sobre la arena roja de tus latidos

Mi querido amigo… Se llamaba Olvido




El hombre que se mira





No es divisible el hombre que mira
al abismo absurdo de su decadencia
Es plenamente figura entumecida
en esa pandemia que se cierne
sobre las tripas grises de su memoria

Llora en un mar sin retorno
el hombre que se mira

No es invisible ni omnipresente
Su laberinto es una trampa infinible
que separa sus ojos de sus actos
Que traza una alambrada indestructible
entre los sueños y la tierra

Escruta sin pupilas el hombre que se mira

A menudo se mimetiza entre desiertos
Se cercena la ternura con afilado desprecio
Aprende de las ratas a devorar hijos y quimeras
Consuma el suicidio de su antagonismo crónico
en ese templo de idos allende las entrañas
de su rabia digieren los discursos más lúcidos

Llora el hombre en su amargura
a ras de toda esperanza
Pero anida la ira
y regurgita la guerra