No es divisible el hombre que mira
al abismo absurdo de su decadencia
Es plenamente figura entumecida
en esa pandemia que se cierne
sobre las tripas grises de su memoria
Llora en un mar sin retorno
el hombre que se mira
No es invisible ni omnipresente
Su laberinto es una trampa infinible
que separa sus ojos de sus actos
Que traza una alambrada indestructible
entre los sueños y la tierra
Escruta sin pupilas el hombre que se mira
A menudo se mimetiza entre desiertos
Se cercena la ternura con afilado
desprecio
Aprende de las ratas a devorar hijos y
quimeras
Consuma el suicidio de su antagonismo
crónico
en ese templo de idos allende las entrañas
de su rabia digieren los discursos más
lúcidos
Llora el hombre en su amargura
a ras de toda esperanza
Pero anida la ira
y regurgita la guerra
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